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Imperante obligación.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El hombre que llega a unas creencias correctas con respecto a Dios queda aliviado de mil problemas temporales, porque ve de una vez que éstos tienen que ver con cuestiones que, a lo sumo, no le pueden preocupar por largo tiempo; pero aun si se le pudieran quitar las nume­rosas cargas del tiempo, la poderosa carga de la eternidad comienza a pesar sobre él con un peso más aplastante que todos los sufrimientos del mundo amontonados uno sobre otro. Esa poderosa carga es su obligación con DIOS. Comprende un acuciante deber de amar a Dios durante toda la vida con todas las fuerzas de la mente y del alma, de obedecerle de manera perfecta y de adorarle de manera aceptable.

 El evangelio puede quitar esta carga destructora de la mente, dar gloria en lugar de ceniza, y manto de alegría en lugar de luto. Con todo, a menos que se sienta el peso de esa carga, el evangelio no podrá significar nada para el hombre; y hasta que no tenga una visión de un DIOS exaltado por encima de todo, no habrá temor ni carga alguna. El bajo concepto de Dios destruye el Evangelio para todo el que lo tenga.

La obligación más fuerte de cuantas pesan sobre la Iglesia cristiana de hoy consiste en purificar y elevar su concepto de Dios. 

En todas sus oraciones y trabajos, esto debiera ocupar el primer lugar. Le haremos el mejor de los servicios a la próxima generación de cristianos si les entregamos sin amortiguar ni disminuir ese noble concepto de Dios que recibimos de nuestros padres hebreos y cristianos de generaciones pasa­das. Esto demostrará ser de mayor valor para ellos, que todo cuanto se les pueda ocurrir al arte o a la ciencia.

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